Banda sonora La pasión de Cristo



Un sentimiento común embarga a cuantos han participado en la elaboración de La Pasión de Cristo, de Mel Gibson: todos se creen iluminados. Es curioso leer entrevistas del propio director de la película, del compositor o de algunos músicos que tomaron parte en la grabación de la banda sonora, y apreciar su convencimiento de que el resto de sus vidas les ha conducido a este proyecto.

El caso de John Debney es bastante peculiar. La primera idea del cineasta australiano para su obra magna (tras doce supuestos años de dedicación) fue que la película careciera de toda música. Conforme avanzó la producción, Gibson descartó esa idea y comenzó a barajar el nombre de Lisa Gerrard, que participó con protagonismo en el score de Gladiator (cuyas influencias se dejan notar con suma fuerza en el trabajo final de Debney). De forma sorprendente incluso se llegó a plantear el nombre de Rachel Portman, especialista de películas románticas.

Tras descartar ambas opciones, Icon Productions escogió a un compositor que comenzó a trabajar en el encargo. Aunque el nombre no trascendió durante la postproducción de la película, los rumores apuntan a James Horner como aquella persona. Fuera o no fuera él, las desavenencias con Gibson dieron con el músico en la calle, y un rastreo de emergencia para ver quién se ocupaba de la tarea.

Ahí entró en escena el nombre de John Debney, uno de los autores más prolíficos del cine de Hollywood, cuya principal carta de presentación es la eficiencia y la rapidez en el trabajo. En apenas catorce años, Debney participó en 80 películas con una línea temática clara: se trataba principalmente de comedias (como Mentiroso compulsivo, Mi marciano favorito, Las seductoras...), con predominio del cine infantil (Jimmy Neutron, Elmo en el país de los gruñones, El emperador y sus locuras...) y algún título ocasional de acción (El fin de los días, La isla de las cabezas cortadas o las dos primeras entregas de Spy kids).

Con semejante currículum vítae resulta extraño que Gibson le escogiera a él, cuyo mayor acercamiento al cine religioso había sido al crear las notas de Como Dios (Tom Shadyac).

En octubre de 2003, Stephen McEveety (coproductor de la película junto a Gibson y Bruce Davey), telefoneó a un amigo y vecino de su infancia en California con quien llevaba dos años sin hablar. Era John Debney. «Me contó que estaba trabajando en una película con Mel Gibson y que no se habían decidido sobre el tema de la música –explica Debney–. Me dijo que era para La Pasión de Cristo y por poco me caí de la silla. Yo he sido católico toda mi vida, como Steve, le pedí que me contara más y ver la película. Esa misma tarde me mandaron una copia. La vi con mi esposa y nos alcanzó de una manera increíble. Sugerí componer algunas muestras para ver si le gustaban a Mel. Grabé durante todo el fin de semana y el lunes vino a mi casa y le gustaron mis ideas. Unas cuantas horas después me llamaron para ofrecerme el trabajo».

Ahora, con el compacto ya a la venta, podemos asegurar que la arriesgada apuesta del cineasta fue acertada. Debney ha compuesto un disco vibrante, muy emotivo, tenso (apenas hay momentos para la relajación) y con un buen puñado de notables aportaciones. El trabajo no está a la altura de la música compuesta quince años atrás por Peter Gabriel para La última tentación de Cristo [leer reseña], pero sí sigue aquella senda renovadora de experimentación que tan bien trazó el ex de Genesis. Además, el álbum cuenta con el favor del público, ya que se ha situado de forma inmediata entre los tres discos más vendidos del momento en listas de ventas de todo el mundo como la tienda online Amazon.

El score no es, en absoluto convencional. El autor dedicó un tiempo a investigar qué tipo de instrumentos se utilizaban en la época de Jesús, y llegó a la conclusión de que, fundamentalmente, se trataba de flautas, sencillos objetos de cuerda, percusión y voces. El disco resulta ser una mezcla esas raíces con otros elementos de todo el mundo y todas las épocas, y combina ese eclecticismo general con momentos más tradicionales de orquesta y coro.

Puede dividirse en tres partes, igual que la película: las escenas del Huerto de Getsemaní (los tres primeros temas), las del juicio de Cristo ante el Sanedrín (hasta el séptimo) y la tortura y crucifixión (la segunda mitad del álbum).

Un instrumento básico en la partitura son las flautas, todo tipo de flautas tradicionales, desde las de la India y Arabia hasta las de Oriente Medio. El encargado de interpretar la mayoría de los solos de estos instrumentos es el venezolano Pedro Eustache, descubierto en sus inicios por el popular músico griego Yanni. Él es el responsable de dar vida a los sonidos exóticos de duduks armenios (tan de moda últimamente en Hollywood), mokrounas tunecinos, bansuris, kawalas, neys, shenais o incluso el oryxofón, un instrumento inventado por él mismo a partir del cuerno de un antílope africano.

Entre tanto exotismo, también destaca el oud (guitarra armenia) y el erhu (instrumento chino de una sola cuerda que Debney utiliza para las apariciones de Satanás: «tienen un sonido hermoso y seductor, pero al mismo tiempo, extraño», explica).

Las aportaciones étnicas están presentes a lo largo de toda la composición. El protagonismo es para ellas en numerosos solos e, incluso cuando más predominio hay de la orquestación, en el trasfondo puede intuirse su presencia.

Los grandes coros son el otro elemento dinamizador del score. Al igual que ha sucedido en otros fantásticos scores ya analizados meses atrás (Matrix Revolutions o El señor de los anillos: el retorno del rey) las voces corales dotan a las melodías de una fuerza inusitada. En esta ocasión, la vocalista Lisbeth Scott es la encargada de los solos y de escribir las letras del resto de temas. Todos están cantados en arameo (la película está narrada exclusivamente en esa lengua muerta y en latín). El propio Mel Gibson, productor del disco junto a Debney, llegó a prestar su voz en algunos coros que se escuchan en la película.

Cortes como Bearing the cross o Peter denies Jesus son sobrecogedoras muestras de la combinación armónica entre una gran orquesta, solos exóticos, coros y arreglos electrónicos. Esta última herramienta aparece acompañando siempre a la percusión. Ésta, al igual que sucedía en bandas sonoras como la inmerecidamente castigada Black Hawk derribado, de Hans Zimmer, se extiende a lo largo de cada pieza, bien sea como elemento secundario o principal (Peter arrested, The stoning o Simon is dismissed).

Debney rechaza la elaboración de notas específicas para cada personaje, y sólo uno de ellos cuenta con un tema propio. Se trata de María, con Mary goes to Jesus. Ésta es una preciosa pieza, quizá la más sencilla, y sin duda la más clásica del álbum. Apenas hay líneas melódicas comunes que vertebren la partitura, aunque el autor sí se decanta por reutilizar tonos en casos como Bearing across, cuyo eje se repite a mitad de Crucifixión; Peter denies Jesús, que reaparece de forma breve en Resurrection, o algunas partes del tema de María, cuyo eco resuena en fragmentos de Raising the cross.

El dramatismo es lo que de verdad cohesiona el conjunto. Las notas están siempre interpretadas en clave menor de forma que fluyen casi como lamentos. Así sucede en Song of complaint, The olive garden o la citada Raising the cross.

Los cortes más bellos e intensos llegan conforme nos acercamos al trágico desenlace. Peaceful but primitive procession tiene un arranque espectacular, pero son las dos últimas piezas las que alcanzan las cotas más elevadas de inspiración: Jesús is carried down y, sobre todo, Resurrection.

En ésta última, un emotivo crescendo deja paso al milagro, narrativo y sonoro, encarnado con una combinación perfecta de la voz de Lisbeth Scott y un oboe que culmina con un inmejorable cierre del corte y de un álbum tremendamente atmosférico.

Está previsto que se edite otro disco con temas inspirados en la película (que, obviamente, no aparecen en ella). Se trata de nuevos temas de mitos como Leonard Cohen o Bob Dylan, entre otros.


Lo que no entraré a valorar son los desvaríos personales de Debney, uno de tantos iluminados que participaron en la cinta, para describir el proceso creativo. «Era presionado por Mel Gibson, por el de arriba (Dios) y también por el de abajo (el diablo). Lo que hice ha reforzado completamente mi fe y he hecho algo muy interesante. Nunca antes me había suscrito a la idea que tal vez Satanás sea una persona real, pero puedo testificar que estuvo en mi cuarto mientras trabajaba y sé que persiguió a todos en esta producción», ha llegado a asegurar.

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